El 25 de junio de 1978, fue un día frio y nublado en la costa de la provincia de Buenos Aires. Lo recuerdo muy bien. Como recuerdo la reunión familiar frente al televisor, blanco y negro, obvio, a lámpara, conectado a la antena alta que se erguía enhiesta en el techo de chapas de fibrocemento. El booster limpio aseguraba una buena recepción de la imagen del canal 8 de Mar del Plata. A las 15 hs. la Selección Argentina enfrentaba a Holanda en la final de la Copa del Mundo.
El gobierno del Proceso, aún se vivía como algo lejano a los 11 años. Las atrocidades que se cometían en esos mismos momentos nos eran desconocidas. Solo importaba que después de ese partido nos podíamos llamar los campeones del mundo. ¿Sabés lo que eso significaba para un pibe de esa edad?. Los jugadores parecían titanes o héroes. Y ahí estaban, Fillol, Olguín, Galván, Passarella, Tarantini, Ardiles, Gallego, Ortiz, Kempes, Luque, Bertoni.
Y a los 38 minutos el grito loco por el gol de Kempes, y a cortar clavos mientras se nos venía Holanda. La puñalada del empate de Naninga, es que faltaba poco y nada. El corazón que se paraliza, cuando en la última jugada del partido la devuelve el palo, con Fillol vencido. Y el alargue. Y los nervios. Y los primeros quince que se consumen y justo antes de terminar Kempes, el héroe, desnivela. Y cuando nos preparábamos a sufrir de nuevo, Bertoni sentencia todo. Y es 3-1. Y es locura, en el estadio y en todo el país. Y fue sentirnos todos, un poco, los mejores del mundo.
Ya pasarían los años y con ellos la conciencia de como la política manipuló un sentimiento tan puro como el de los hinchas, y entendería las atrocidades que se escondieron durante, antes y después del mundial, y los negociados y las dudas eternas en el 6-1 sobre Perú en la semifinal. Todo eso llegaría después, pero ese día, ese día, realmente nos creímos los mejores……y ya pasaron 31 años….
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