“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, reza un antiguo refrán. Y se nos puede aplicar perfectamente a los hinchas de Boca. No quisimos o no supimos ver que se venía esta caída, y tal vez por eso es mucho más grande y doloroso el golpe.
Porque haber dejado esta Copa Libertadores en tan temprana fase como octavos de final, en la Bombonera, con varios resultados a favor a priori y ante un equipo muy limitado (si no lo fuera nos habría ganado por varios goles anoche), es un porrazo que augura muchos cambios en el futuro inmediato.
Ayer, Boca, resumió en un partido todos los defectos que mostró durante el semestre y encima lo combinó con defecciones individuales demasiado notables.
Solo jugó bien y amenazó con arrollar al rival en el primer cuarto de hora. Después entró en el ritmo cansino del equipo visitante, y cuando, en un compendio de errores y horrores defensivos propios, los uruguayos convirtieron el gol sobre la media hora del primer tiempo, el baldazo de agua helada fue demasiado grande.
Ni el aliento incesante y constante, que nunca decayó, ni la chapa, la historia y la mística, ni los cambios ensayados (entraron Gaitán, Gracián y Figueroa, ¿por qué no Mouche?), ni los arrestos individuales, nada de eso alcanzó. Cuando se llegó a generar opciones claras de gol, el arquero uruguayo (muy bueno) fue una cortina y cada contragolpe una agonía que no se concretaba por la impericia de los visitantes.
Una caída y una eliminación con olor a fin de ciclo. De un ciclo glorioso de muchos de este plantel. De un plantel que quedará junto a los grandes de nuestra rica historia, pero que ayer en ningún momento pudieron estar a la altura de las circunstancias. Muy mal Forlín, tal vez su peor partido hasta ahora, mal Roncaglia, desconocido Morel, flojo Vargas, ausente casi todo el partido Román, Rodrigo sin combustible en el segundo tiempo, Martín, mal abastecido no se hizo notar. En fin noche negra y bien oscura.
Ahora, cuerpo técnico, mánager y dirigentes tendrán que poner la cabeza fría y aquietar las pulsaciones. Continuidades y desvinculaciones deben resolverse con calma. No es cuestión de tirar gente al Riachuelo porque estamos angustiados. El plantel debe ser retocado y reordenado y para eso hace falta tranquilidad. Por de pronto quedan 5 fechas del Clausura, lograr la mayor cantidad de puntos, para escalar posiciones y mejorar la carrera hacia la Copa del 2010 debe ser el objetivo y la motivación. Puede parecer poco, pero la debacle del 2004-2005, parecida a esta y que nos dejó afuera de la Libertadores 2006, nos muestra que es una meta importante por la cual luchar.
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