El nuestro es un país acostumbrado desde lo más profundo de su historia a las dicotomías salvajes, desde Moreno-Saavedra, Unitarios-Federales, Laica-Religiosa, Perón-Antiperonismo, hasta las más inocentes y deportivas, Ford-Chevrolet, Boca-river, Galvez-Fangio, Vilas-Clerc, Bilardo-Menotti, etc., etc.
Debe ser algo genético, inherente a nuestra personalidad, a nuestra forma de ser, de ver la vida (y así nos va como sociedad).
Así que a prepararse que se viene, tal vez la más impensada de todas estas dicotomías, Maradona-Riquelme. Y hoy, al menos, el país explotó y se dividió, como no podía ser de otra manera en darle la razón a uno o a otro. Dos personajes fuertes, dos personalidades conflictivas, de las que dividen en odios y amores.
Román, fuertemente resistido por la mayor parte de los que no son hinchas de Boca (la envidia suele ser un sentimiento ciego) y Diego, también muy resistido en esos mismos ambientes, pero no generando el resentimiento del partido a partido que sí genera todavía Román.
Así que hoy, defensa irrestricta a Diego en la mayor parte de los medios periodísticos y sobre todo por una masa crítica de periodistas fuertemente identificados con él, haga lo que haga. En los blogs futboleros, no bosteros, faltaron solo los fuegos artificiales para festejar el alejamiento de Román. Pero, la gran duda, la única duda, pasaba por la reacción del hincha de Boca, tironeado por este desencuentro entre dos ídolos de la Institución.
De recorrer sitios y blogs Xeneizes, de leer los comentarios a los distintos post, el resultado es inequívoco. Amplio respaldo a Román, exagerando demasiadas veces los insultos al Diego, para expresar la idolatría por Riquelme.
Y este blog, ¿qué opina?.
Por una cuestión de edad, no lo vi, pero escuché hasta el hartazgo hablar a mi padre sobre Rojitas, para él el verdadero ídolo de Boca. Vale aclarar que lamentablemente, la vida no le permitió disfrutar de Román. Y para mí, ambos, Rojitas y Román guardan muchas similitudes, no solo en cuanto a un juego exquisito que los hace diferentes al jugador común y corriente, sino en que son los símbolos y estandartes de dos de las décadas más exitosas de la historia de nuestro club.
Diego Maradona, jugó en su plenitud, solo un año en Boca, 1981. Y si bien en un par de meses se ganó un lugar entre los elegidos (como olvidar la manera en que grité el tercer gol a ellos, la lluviosa noche del 3-0 en la Bombonera), la verdadera idolatría la consiguió estando fuera del club, siendo el maravilloso jugador que fue y reivindicando continuamente su amor por la azul y oro. Eran años duros para ser Bostero, y el pecho inflado de Diego hablando de su hinchismo por Boca era una bocanada de aire fresco para nuestro nefasto día a día. Su segunda etapa en el club trajo más problemas que alegrías, pero era un Diego en caída libre y se lo alentó y bancó a muerte, como hizo siempre la hinchada bostera aún en los peores momentos de su vida, deportiva y personal.
Pero Román es el símbolo, el estandarte junto a Martín, al Guille, al Negro Ibarra, al Virrey Bianchi, de los grandes logros de esta década dorada que nos ha posicionado como el mejor equipo del continente, respetado y temido en cualquier cancha del mundo. Escribir sobre las hazañas de Román, sus goles, sus caños, su tenencia de la pelota cuando a cualquier mortal le quema en los pies, su coraje en los partidos claves, sus vueltas olímpicas locales, de Copa Libertadores, de Intercontinental, de Recopas o de copitas es alargar este post hasta el infinito.
Por eso, si bien no puedo estar en la Bombonera este domingo, porque 530 km me separan, de estarlo y en el hipotético caso que el palco más televisado del estadio estuviera ocupado por su dueño, mi actitud sería la del silencio respetuoso y si cuadra, el aplauso agradecido. Y después, si, a la salida del equipo, la garganta al rojo vivo gritando Riqueeeelmeee, Riqueeeeelmeeee, Riqueeeeelmeeeee.......
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