Estadio no apto para un partido de semejante envergadura y expectativa.
Dirigencia inescrupulosa que vende entradas por encima de la capacidad de la cancha.
Dirigencia política inepta que dirige una policía que hace juego con esta ineptitud.
Todo conforma un cóctel explosivo que puede reventar ante la más mínima chispa.
Y la chispa se encendió y el espectáculo fue dantesco.
Una densa columna de humo blanco entró en la cancha cuando iban 9 minutos del partido. Era gas pimienta (o algo parecido) que afuera del estadio la policía estaba arrojando desde hacía una buena cantidad de minutos en medio de una brutal represión que incluía balas de goma a mansalva y cargas de los caballos de la montada. Todo eso ante miles de hinchas de Gimnasia que pugnaban por entrar a un estadio que ya tenía las puertas cerradas por estar colmado.
¿Quién es el responsable de la sobreventa?, ¿quién el de cerrar el estadio?, ¿quién el de ordenar la represión brutal ante el primer incidente?. Las dos primeras preguntas son de fácil respuesta. La dirigencia de Gimnasia y Esgrima de La Plata. La tercera es más complicada, porque ahí se mezclaran las responsabilidades operativas de quién diseñó el despliegue, de alguien, si es que hubo uno, que ordenó la represión, o de quién no fue capaz de parar semejante locura. Y además, dato no menor, están las responsabilidades políticas de quienes manejan una fuerza que todos padecemos y sabemos el nivel de ineptitud y falencias que tiene. Y esos responsables políticos son en orden jerárquico: el gobernador, el ministro de seguridad y el jefe de policía. Todos con nombres y apellidos. Todos conocidos (y sufridos) por todos. Todos ya bailando el minué de echarle la culpa a otro. Nada nuevo.
Lamentablemente en los incidentes se perdió una vida, un hombre de 57 años infartado tratando de huir de los desmanes y los gases, y decenas de heridos que esperemos se restablezcan.
Debió ser un partido de fútbol. Como tantas veces fue una tragedia. Una tragedia que pudo ser infinitamente mayor, y no lo fue de pura casualidad. Una tragedia evitable con que solo la avaricia de algunos no se hubiera combinado con la falta de profesionalismo y de aptitud de otros. Pero fue lo que fue, una postal más de la Argentina, porque como bien dicen, al fútbol se juega como se vive.
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