Y se nos está yendo Martín. El más grande goleador de nuestra historia ayer pisó por última vez el césped de la gloriosa Bombonera como jugador. Y el estadio, que tantas veces (más de cien) vibró con sus goles lo homenajeo de la forma que se lo merece. Se emocionó y nos hizo emocionar a todos.
Más de cincuenta mil privilegiados lo vieron in situ. Millones lo seguimos por tv. Unos y otros tuvimos que enjuagar lágrimas varias veces durante la noche.
En el medio de la apoteótica salida del hotel y llegada en caravana al Templo del Fútbol, y de la emocionante fiesta final, hubo un partido, por los puntos, que la verdad, a esta altura es poco menos que anécdota e interesa poco y nada, más allá de algunas consecuencias que no vienen al caso en este post.
Fue fuerte y emocionante. Fue de esos momentos que uno quiere que no lleguen nunca. Porque al llegar nos van marcando que también para nosotros va pasando inexorable el tiempo, y como también nos sentimos compañeros del camino, la emoción es compartida.
Mientras veo a Martín emocionado hasta las lágrimas, con las palabras atragantadas, veo, en caótico orden, al rubio platinado, bajo la lluvia, liquidando un clásico cortinado por el Patrón, lo veo bailando como bailarina del Moulin Rouge en Rosario, y viendo la roja, tirándose contra los carteles de publicidad, chocando con bronca contra Chilavert, metiendo un gol con la rodilla rota, volviendo de esa lesión y sentenciando un pase a semi de la Libertadores, llorando como loco y haciéndonos llorar (otra vez) a todos. Me veo mirando tele a las 7 de la mañana, porque hay que ver como Martín pone de dos veces de rodillas a Los Galácticos en Japón. Y recuerdo leer y ver incrédulo la tele con la noticia de una de las lesiones más idiotas en la historia del fútbol cuando se quiebra en España porque se le cayó encima, ¡una pared!. Y la vuelta en el 2004, el gol de chilena, los dos goles a pocas horas de la desgracia más grande que puede tener un ser humano, el gol de media cancha al rojo, el cabezazo de media cancha a Vélez. Y lo veo entrando en un segundo tiempo con la Selección, intuyendo (a todos nos pasó) que sería decisivo, y vaya si lo fue, bajo en vendaval de agua, viento y desesperación, sella el pase al mundial, y en este, logra que un gol sin importancia, el cuarto de una goleada, lo gritemos casi como el del Diego a los ingleses.
Así ha sido Martín, nos ha hecho gritar, delirar, enronquecer, reír y llorar. Nos ha hecho hinchar el pecho para defenderlo, para negar a 4 vientos que sea un burro, un madera y la sarta de tonteras que se le han dicho. Nos ha hecho bancarlo cuando erró tres penales o cuando falló goles insólitos y nos devolvió con creces todo eso haciéndonos delirar de felicidad durante 14 años.
Dicen que tenía destino de banda roja, y un oportuno llamado del Diego, la noche antes le hizo torcer el rumbo. Si es cierto, solo eso, nos haría deberle gratitud eterna al Diego, más allá de todos los otros motivos, que también son miles.
Tenemos que agradecerle a Dios y la vida, el haber sido contemporáneos de este monstruo. Como bien decía el video de anoche, van a pasar los años y sus hazañas las iremos agrandando, contándoles a hijos, nietos, sobrinos, que era un monstruo, que la metía de cabeza como ninguno, de zurda, de derecha, con las dos piernas al mismo tiempo, abajo del arco, sostenido por el travesaño, detrás de la mitad de la cancha, con la cabeza desde 45 metros, con la rodilla rota, rengo. Nos mirarán incrédulos, pensarán que son exageraciones de “viejos” , irán a los archivos, y comprobarán que es absolutamente cierto.
Martín ya es mito y leyenda. A partir de hora, o del próximo partido para ser más exactos, ya no errará más goles, habrá convertido el doble de lo que hizo y no duden que no será fácil el futuro de los que lo reemplacen, cada vez que fallen diremos “Martín lo hubiera hecho”. Y seguramente así habría sido.
Chau Martín, no solo no te olvidaremos sino que estarás presente en todo momento. ETERNAMENTE GRACIAS, TITAN.
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