4/7/10

Con mucha pena y poca gloria

    Ya está. Sudáfrica 2010 para los argentinos ya es historia, aunque aún le quede una semana para finalizar. Sacamos el pasaje con tanto sufrimiento, lo veíamos como una tortura hace varios meses, fuimos tomando confianza, nos hicimos tantas ilusiones de llegar bien lejos y sin embargo ya todo terminó en el quinto partido. Como viene sucediendo desde hace 20 años, los cuartos de final son una pared infranqueable. Como en el ‘98 y en el ´06. Pero a diferencia de los mundiales de Francia y Alemania, cuando nos derrotaron en el último minuto y por penales. Ayer fue distinto. Muy distinto. Nos pegaron una paliza de aquellas, nos metieron 4 y nos hicieron precio. ¿Qué pasó?

   No pasó nada que no pueda haberse previsto antes. Alemania es un equipo bien previsible y que jugó como cualquiera pudo haberse imaginado. ¿Y entonces?. Tozudez antes, lentitud para tomar decisiones durante, construyeron un coctel explosivo.

   Todos sabíamos que Alemania construye un bloque homogéneo en su propio campo, que sus delanteros y medios presionan sobre el balón y sus posibles receptores sobre la salida misma del rival, que una vez que se hacen del balón salen disparados al ataque en velocidad, con pases cortos y largos y atacan con cuatro o cinco jugadores cada vez que lo intentan. También que son vulnerables ante equipos que le niegan la pelota, esquivan la presión, se la tocan y le entran a fondo a una defensa que no es demasiado segura y prueban a un arquero que tampoco es de lo mejor.

   Argentina en pequeña escala y durante 20 minutos había sufrido la pérdida del mediocampo y el control de la pelota contra México. Y había sufrido. Con la diferencia que los mexicanos ni por asomo tienen la potencia ofensiva de Alemania. En vista de todo esto, ¿qué precauciones se tomaron?. Ninguna. Se repitió el mismo equipo que ante México, desoyendo cualquier advertencia, “muriendo con la nuestra”.

   Todos advertíamos dos cosas. Que lo más débil era el sector derecho de la defensa (De Michelis-Otamendi) y que el mayor problema era como le llegaba la pelota al tridente ofensivo, pues si no estaban o Verón o Pastore, Messi debía bajar mucho para llevarla y se diluía en foules desgastantes y sin riesgo en la mitad de la cancha o tenía que tocar con Maxi, que puede ser buen recuperador o buscador y explotador de vacíos en ataque llegando por sorpresa, pero de ningún modo puede vestirse de conductor o salida.

   Así las cosas se especuló toda la semana con la vuelta de Samuel (por De Michelis) y el ingreso de Pastore (por Maxi o Di María), pero nada de eso sucedió, salió al campo el mismo equipo que en los octavos.

   Y lo peor que podía suceder sucedió de entrada. Otamendi pierde, foulea, tiro libre, centro, Otamendi pierde la marca, gol de Alemania. Tres minutos. Le costó más de media hora recuperarse al equipo. En esa media hora expuso todas las flaquezas y debilidades que se intuían con anticipación. Dudas y errores defensivos (sobre todo sobre la derecha), falta de recuperación en el medio (Mascherano demasiado solo en esa tarea, que cumplió a la perfección) y demasiado traslado, lento y anunciado. Solo el cambio de lateral de Di María (mejoró bastante por derecha) y Maxi Rodríguez (tan perdido por izquierda como por derecha) fueron las variantes que se vieron en esa primera etapa.

   Cuando se caían de maduro al menos dos cambios al comienzo del segundo tiempo, Clemente debía reemplazar a un perdido y encima amonestado Otamendi y Pastore (o Verón) debía ser el encargado de mejorar el traslado hacia arriba, por Maxi o Di María, pero nada de esto sucedió. Diego no hizo ningún cambio, volvió a confiar en “sus muchachos”. Y durante 15 minutos pareció tener razón. Argentina con mucho coraje acorraló a Alemania (Masche y Carlitos abanderados de la presión) y parecía que el empate estaba al caer. Pero no cayó. Y cuando Diego se convenció del ingreso de Pastore, con él a punto de ingresar cayó el segundo gol alemán (otra vez error sobre la derecha de la defensa) y se derrumbó todo. Argentina fue un cúmulo de esfuerzos y voluntades dispersas. Cuando pocos minutos después decidió el ingreso del Kun, cayó el tercero y la debacle total. Fueron cuatro, pudieron ser muchos más. Chau, adiós y a otra cosa.

    Otra vez nos vamos en cuartos. Otra vez a clavarnos puñales, a pensar en cambios y refundaciones, mientras el autor intelectual de todo esto, aferrado a su “Todo Pasa” seguirá reinando y cometiendo desaguisados.

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