Este será un post absolutamente autoreferencial. Después de muchos, demasiados años, volví a ver a Boca en vivo, en el José María Minella de Mar del Plata, frente a Lanús por los octavos de final de la Copa Argentina. Cuestiones de horarios y distancia hicieron que pasara tanto tiempo sin ir (los amistosos de verano no cuentan, al menos para mí).
Ni tv en hd, ni 4 k o pantalla de 85 pulgadas con 3 D o cualquier otra delicia de la tecnología puede reemplazar al placer de llegar un par de horas antes, buscar estacionar y encontrar a 20 cuadras del estadio, avanzar en caravana, empezar la cola a no menos de 10 cuadras de la puerta y demorar una hora y media en llegar, rodeado de una marea de color azul y oro. El frío que se hace sentir en una primavera invernal. El olor de los chori y los paty, los vendedores de gaseosas y cerveza a voz de cuello, el gorro, la bandera o la camiseta del modelo que se te ocurra, a cual más trucha una que la otra. Ir calentando la garganta de a poquito, recordándolos a ellos y afirmando que aunque pasen los años del 2011 no nos olvidaremos nunca más. Llegar por fin a la puerta, el apuro, los empujones, el primer cacheo, pasar con la entrada en la mano, otro cacheo, recorrer la platea, buscar un lugar. Todo eso, absolutamente impagable, más allá que cualquiera pueda pensar en incomodidad.
El contraste de medio estadio absolutamente lleno y el otro medio al 30%. La locura o idiotez de una organización, que por ser políticamente correcta divide el estadio en partes iguales y se pierde de vender no menos de 8000 entradas, y deja 8000 bosteros afuera. La voz del estadio que anuncia la formación, gritar como locos "que de la mano de Carlos Tevez todos la vuelta vamos a dar", aplaudir más que a otros al Melli, a Pavón, a Fabra y a Pablo Pérez, (a partir de ahora Sara se sumará a ese "club"). Transformar a la platea cubierta en una sucursal de la popular, cantando y saltando (y viendo parado todo el partido).
Hubo también un partido. Y de arranque pareció que la fiesta se nos aguaba. De arranque nomás moja Lanús, y el primer tiempo de Boca fue absolutamente horrible. No pudo hacer pie nunca. Los granates con el resultado a favor, se dedicaron a tener la pelota, y el medio de ellos la tiene más que bien, y esperaba con paciencia el error de Boca. Con el diario del lunes, pecaron de tibieza y no pesaron ofensivamente cuando pudieron liquidar todo.
En ese primer tiempo, Boca buscó siempre por derecha, casi nunca buscó a Fabra-Centurión por el otro lado, y Lanús recargo su juego justamente por su izquierda. Acosta lo bailo a Peruzzi como quiso, máxime cuando este estaba amonestado desde el comienzo (del foul que genera la amarilla llega el gol de Lanús). Cubas perdido, Pablo Pérez demasiado solo, Pavón no pesaba, Carlitos perdido, Benedetto debatiéndose en soledad, Tobio sentido, solo quedaba rogar que el primer tiempo terminara 0-1 y confiar en que como no se podía jugar peor, en el segundo tiempo las cosas mejoraran.
Y de arranque volvimos a sonreir. Carlitos se despierta y clava el empate. Sin espacios Lanús pierde prestancia, llamativamente deja de atacar por el lado de Acosta, y su juego se hace más previsible. Por el contrario, Boca comienza a darle juego a las subidas de Fabra y su tamden con Centurión. Pablo Pérez sigue a buen nivel, Insaurralde reemplazó a Tobio y sobre todo Carlitos empieza a preocupar en serio. Pero promediando la etapa todo parece derrumbarse cuando en una acción muy similar a la del primer gol (tiro libre trabajado y un jugador que entra libre por el segundo palo), Lanús se vuelve a adelantar. Los fantasmas empiezan a sobrevolar Mar del Plata. Por suerte, a los pocos minutos, desborde de Pavón, buscapie al área chica, tacazo de Benedetto (no es casualidad que lo haga) y Carlitos que llega libre y convierte el empate que sería definitivo.
Mezcla de fiesta y sufrimiento. Por lo que faltaba y los penales que a esa altura asomaban más que probables. Y que finalmente llegaron. Del frío ni nos acordabamos, de las horas sin comer menos, solo mandaba la tensión. Los cantos continuos, con la garganta al límite, querían insuflar confianza al equipo y alejar los miedos que todos teníamos.
Llegó el momento, fue Román Martínez y la pico con una tranquilidad pasmosa. Fue Carlitos y convirtió con solvencia. Y llegó la hora de Sara. El heredero de Orión en eso de definir tandas de penales, comienza a escribir su propia historia. Ataja el segundo penal de Lanús sobre su derecha, y saca el tercero sobre su izquierda, entre medio, Pavón y Centurión convierten. Casi saca Sara uno más, pero la pelota se escurre bajo el cuerpo, pero llega el cuarto de Boca, adentro y fiesta absoluta.
Ya no importa la afonía, el viento helado ni con quien uno se abraza. El fantasma Lanús ya es pasado y celebra como corresponde. Luego, cuando bajan las pulsaciones, falta media hora para que abran las puertas, ahí si, el frio se hace sentir. Bajar las escaleras entre la multitud feliz, seguir cantándoles a ellos, aunque no escuchen, saltar para combatir el frío y para no irse a la B, buscar el primer puesto de choripan para tirarnos de cabeza y que el estómago también festeje. Esuchar a la policía que nos apura porque hay que cerrar el estadio y caer en cuenta que somos los últimos. Desandar la 20 cuadras entre los puestos que se desarman y bosteros felices por todos lados. Y por último encarar las dos horas de viaje para retornar, prometiendo que no tiene que pasar tanto tiempo para volver.....
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